Al final, seres humanos

Recordar la humanidad detrás de cada crisis y negociación es clave para liderar con empatía y enfrentar los desafíos cotidianos.
Santiago Bonivento

Santiago Bonivento

Abogado y profesor en la Pontificia Universidad Javeriana

Suele ser objeto de olvido que detrás de un proceso de negociación, por el momento, y aun cuando pueda faltar poco para que ello cambie, está un ser humano. De carne y hueso y, sobre todo, con alta carga energética y propenso a la reacción. 

Suele ser objeto de olvido que detrás de una crisis, de índole emocional, laboral, económica o de cualquier otra, está un ser humano. De carne y hueso y, sobre todo, con expectativas, sueños y emociones que canalizar. 

Suele ser objeto de olvido que detrás de un mal día, en el trabajo, en la casa, en cualquier otro lugar, está un ser humano. De carne y hueso y, sobre todo, con la necesidad de desahogo para sanar y seguir adelante. 

No perder de vista que es un ser humano el protagonista de la historia, en estas y en un sinfín de situaciones cotidianas más, debe llevar a comprender que una de las virtudes más importantes de todo líder se traduce en, precisamente, nunca olvidar que su liderazgo repercute directa y conducentemente en la vida de a quien lidera. 

En el momento de crisis, usual y cada vez (por fortuna) menos soterrado en el bajo mundo de la represión en silencio, el recordar la calidad de ser humano marca la diferencia en la forma en cómo este se aborda. Volvamos al ejemplo de la negociación: sí que hay crisis en ella. Los famosos “deal-breakers”, que suelen jugar tan malas pasadas al punto de conducir al fracaso, suelen ser un clarísimo ejemplo de crisis. Me niego a creer en ellos y considero que, al final, no son más que una manifestación expresa de perder de vista que es un ser humano quien conduce el proceso. 

La solución a lo anterior pasa, muchas veces, por olvidarse del problema y volver a lo básico: con quién me estoy comunicando, cómo lo estoy haciendo y retomar lo que, a veces, es obvio: seres humanos detrás; emociones, sentimientos, rabia, felicidad, intereses alineados o yuxtapuestos (pero nunca al extremo de no poder ser conciliados dentro de una negociación franca y con sinergías) días buenos - y otros no tanto - entre muchas otras variables que repercuten, de forma más o menos directa, en el resultado. 

El líder, por lo tanto, está llamado a conducir por las aguas complejas de las crisis sin perder de vista la calidad de ser humano que lleva y aquella sobre la cual están ligados - para bien o para mal - a quienes lidera. No se trata de llegar a la famosa “vida secreta” de la que alguna vez habló García Márquez en su mención a las tres vidas del ser humano (la pública, la privada y la secreta) pero sí de comprender que no todos los días son buenos y no todos los días no lo son. Es, al final, lo que diferencia al ser humano de cualquier otro ente: la oportunidad de ver en la crisis, una oportunidad. 

No se nace líder; tal vez, se nace con habilidades a ser consolidadas para serlo. Se desarrolla el liderazgo. Y se hace, muchas veces, a partir de ensayo y error. De caer y levantarse y de volver a intentarlo. Y, allí, el recordar que se es ser humano es el punto de inflexión fundamental para retomar el rumbo y seguir adelante. Al final, por tanto - y mientras llega el reemplazo cada vez más cercano en apariencia con el desarrollo tecnológico que a hoy nos conduce - somos y seremos precisamente ello: seres humanos.