Desafíos y reflexiones en el camino hacia una paz sostenible en Colombia

La reciente preocupación por la presencia de la Segunda Marquetalia en Sumapaz, Bogotá

Luis Enrique Santesteban Llano

La reciente preocupación por la presencia de la Segunda Marquetalia en Sumapaz, Bogotá, presenta un desafío crítico para el proceso de paz en Colombia. La intimidación realizada por hombres armados que obligaron a pasajeros de autobuses a pintar grafitis relacionados con este grupo no solo expone la frágil situación de seguridad en la región, sino que también subraya las dificultades que enfrenta el gobierno para mantener un diálogo significativo con los grupos disidentes.

Estos actos de intimidación en Sumapaz ejemplifican cómo la violencia puede ser utilizada como una herramienta de presión durante las negociaciones. La participación de grupos armados en la vida cotidiana de los civiles no solo infunde temor, sino que también erosiona la credibilidad del gobierno en el proceso de paz. Este tipo de agresión puede llevar al colapso del diálogo, ya que el gobierno podría verse tentado a responder con medidas más contundentes, desviando su atención de los compromisos asumidos en la mesa de negociación.

En respuesta a la situación, el gobierno ha reforzado la seguridad en Sumapaz, una medida que, aunque comprensible, es preocupante. Este enfoque corre el riesgo de desviar recursos críticos que deberían destinarse a promover el diálogo y la reconciliación. Militarizar regiones donde se busca construir la paz puede generar un ciclo vicioso de violencia, en el que cada acción represiva desencadena reacciones adversas de los grupos armados, dificultando aún más el avance hacia una resolución pacífica.

La ansiedad derivada de la actividad de la Segunda Marquetalia impacta directamente la percepción pública de las negociaciones. Si los ciudadanos sienten que su seguridad está comprometida y que el gobierno no puede protegerlos, puede surgir un escepticismo generalizado hacia el proceso de paz. Este escepticismo podría disminuir el apoyo público a las iniciativas gubernamentales, lo que haría aún más difícil implementar los acuerdos que están destinados a beneficiar a las comunidades afectadas.

Además, la presencia activa de la Segunda Marquetalia no ocurre de manera aislada. Este grupo enfrenta a otros actores armados, como el Estado Mayor Central (EMC), añadiendo otra capa de complejidad al panorama. Las disputas territoriales entre estos disidentes podrían llevar a una escalada de violencia, afectando directamente las negociaciones y poniendo en peligro los avances logrados hasta ahora.

Como si eso no fuera suficiente, la reciente suspensión de los diálogos con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) tras un ataque en Arauca añade más incertidumbre al proceso de paz general. Este evento no solo pone en peligro las negociaciones con el ELN, sino que también plantea interrogantes sobre cómo manejará el gobierno múltiples frentes en el conflicto armado colombiano simultáneamente. La falta de continuidad en estos diálogos podría llevar a una estancación general del proceso de paz.

La situación actual en Sumapaz y las tensiones con grupos disidentes como la Segunda Marquetalia son indicativas de los profundos desafíos que enfrenta Colombia en su búsqueda por una paz duradera. Es imperativo que el gobierno no solo fortalezca su capacidad para garantizar la seguridad, sino que también se mantenga comprometido con el diálogo y la reconciliación. Solo a través de un enfoque equilibrado que combine medidas de seguridad con esfuerzos genuinos por generar confianza y apoyo entre las comunidades, el país podrá avanzar hacia una paz integral y sostenible.

El rol de las Fuerzas Armadas en la gestión del conflicto en Sumapaz

Las Fuerzas Armadas de Colombia desempeñan un papel complejo y multifacético en la gestión de conflictos, especialmente en regiones como Sumapaz. Este territorio ha sido históricamente un bastión de luchas agrarias y un punto estratégico en el conflicto armado, lo que ha llevado a una intensa militarización y a una serie de operaciones militares que han moldeado la vida de sus habitantes.

Desde la década de 1990, Sumapaz ha sido testigo de graves violaciones de derechos humanos, incluidas ejecuciones extrajudiciales, desapariciones y asesinatos, muchas veces perpetrados por agentes estatales. Estas acciones han creado una atmósfera de temor y desconfianza entre la población civil, atrapada entre la violencia de los grupos armados y la represión militar. La presencia del Batallón de Alta Montaña del Ejército Nacional en la región desde 2001 es un claro ejemplo de cómo las Fuerzas Armadas han buscado recuperar el control de áreas históricamente dominadas por guerrillas como las FARC.

La militarización de Sumapaz no solo ha implicado operaciones ofensivas contra los grupos insurgentes, sino que también ha llevado a prácticas de control social que afectan la vida diaria de sus habitantes. Se han reportado restricciones de movimiento, retenes militares y abusos de derechos humanos como parte de una estrategia militar orientada a contener la influencia guerrillera a toda costa. Sin embargo, estas tácticas han demostrado ser contraproducentes, alimentando el resentimiento y la resistencia entre las comunidades locales.

Ante el proceso de paz en curso con la Segunda Marquetalia, existe una necesidad urgente de un enfoque más equilibrado por parte del gobierno y las Fuerzas Armadas. Si bien se han hecho importantes compromisos, como el cese unilateral al fuego por parte del grupo, la implementación efectiva de estos acuerdos depende en gran medida de la capacidad del Estado para garantizar la seguridad sin recurrir a medidas represivas. La declaración conjunta tras la primera ronda de negociaciones enfatiza la suspensión de operaciones militares ofensivas en áreas acordadas, lo que podría crear un espacio para una paz más sostenible si se mantiene un ambiente seguro para los civiles.

Sin embargo, la percepción pública de las Fuerzas Armadas sigue siendo ambivalente. Por un lado, se reconoce su papel en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo; por otro, persiste una profunda desconfianza debido a los abusos históricos y la falta de rendición de cuentas. Esto presenta un desafío significativo para el gobierno: cómo restaurar la confianza en las instituciones armadas mientras avanza hacia una paz duradera.

La evolución de las relaciones entre las Fuerzas Armadas y la comunidad de Sumapaz

La relación entre las Fuerzas Armadas y la comunidad de Sumapaz ha evolucionado notablemente a lo largo de los años, marcada por ciclos de violencia, militarización y, más recientemente, intentos de reconciliación y paz. Desde la década de 1990, Sumapaz ha sido un territorio donde la presencia del conflicto armado ha sido intensa, con un historial de abusos militares que han dejado profundas cicatrices en la comunidad.

En la década de 1990, la región se vio afectada por un elevado número de violaciones de derechos humanos, incluidas ejecuciones extrajudiciales, desapariciones y asesinatos. El hostigamiento militar a la población se convirtió en una práctica común, creando una atmósfera de miedo y desconfianza hacia las Fuerzas Armadas. La comunidad experimentó una militarización que no solo buscaba combatir a grupos guerrilleros como las FARC, sino que también implicaba un severo control social sobre la población civil.

Con el tiempo, particularmente a fines de los años 90 y principios de los 2000, la situación se volvió aún más complicada con el auge del paramilitarismo. La violencia se intensificó con los asesinatos de líderes sociales y una serie de operaciones militares destinadas a recuperar el control del territorio. La creación del Batallón de Alta Montaña en 2001 marcó un punto de inflexión en esta relación, ya que este batallón se estableció como una fuerza permanente en la región con el objetivo de contrarrestar la influencia guerrillera.

Sin embargo, a medida que los procesos de paz avanzaron y se firmaron acuerdos significativos, la relación comenzó a transformarse lentamente. La firma del Acuerdo de Paz en 2016 trajo un cese al fuego y una reducción de las hostilidades en muchas áreas, incluyendo Sumapaz. Esto permitió a la comunidad una mayor libertad de movimiento y un ambiente menos hostil, aunque los ecos de la violencia pasada aún persisten.

Recientemente, en respuesta al resurgimiento de disidentes como la Segunda Marquetalia y al temor de una nueva ola de violencia, las Fuerzas Armadas han intentado restablecer su presencia en la región. Sin embargo, esto ha sido recibido con escepticismo por muchos habitantes que recuerdan los abusos del pasado. El gobierno local ha enfatizado que no repetirá el error de abandonar Sumapaz frente a la violencia; sin embargo, algunos líderes comunitarios argumentan que las soluciones deben ir más allá del despliegue militar y abordar las causas estructurales del conflicto.

El impacto de la "guerra sucia" del paramilitarismo en la relación entre las Fuerzas Armadas y la comunidad de Sumapaz

La "guerra sucia" del paramilitarismo ha tenido un impacto profundo y duradero en la relación entre las Fuerzas Armadas y la comunidad de Sumapaz. Este fenómeno, caracterizado por la violencia sistemática contra la población civil—particularmente aquellos considerados opositores o simpatizantes de movimientos de izquierda—ha moldeado la percepción y experiencia de los habitantes de la región con respecto a las instituciones militares.

Desde finales de la década de 1980, Sumapaz se convirtió en un escenario clave para la guerra sucia, donde la población fue estigmatizada como simpatizante de la guerrilla. Esta estigmatización fue alimentada por una alianza entre sectores políticos, el narcotráfico y las Fuerzas Armadas, que promovió el uso de grupos paramilitares para llevar a cabo una campaña de terror contra líderes sociales y políticos, especialmente aquellos vinculados a la Unión.

Consideración

La compleja situación en Sumapaz, marcada por la presencia de grupos armados como la Segunda Marquetalia y el legado de tensiones con las Fuerzas Armadas, resalta los enormes desafíos que enfrenta Colombia en su búsqueda de una paz duradera. Aunque las medidas de seguridad son necesarias para proteger a la población, el verdadero camino hacia la reconciliación requiere un equilibrio delicado entre la fuerza militar y el diálogo genuino. Solo mediante un compromiso real con la justicia, la reparación y el fortalecimiento de la confianza entre las comunidades afectadas y el Estado, Colombia podrá aspirar a construir una paz que trascienda la mera ausencia de conflicto y se convierta en un futuro inclusivo y esperanzador para todos.