
La inversión con propósito ya no es un lujo
En Colombia, donde las brechas sociales conviven con un ecosistema empresarial cada vez más activo en sostenibilidad, hablar de inversión con propósito no debería ser una tendencia, sino una norma.
Martes, Julio 15, 2025
Las empresas ya no pueden limitarse a operar en los territorios: deben operar con los territorios. Aquellas que verdaderamente transforman son las que entienden que el desarrollo no se decreta desde una sede central, sino que se construye en alianza con quienes habitan y sostienen el país desde lo local.
Más que un gasto, la inversión con propósito es una decisión estratégica. Cuando una empresa se convierte en aliada del territorio, se activa una cadena de valor real: no solo se generan empleos, sino que se fortalece el tejido social, se dinamiza la economía local y se construye confianza, una variable esencial para operar en entornos complejos. El liderazgo empresarial que se alinea con una visión de desarrollo más amplia puede convertirse en un dinamizador del cambio: generando empleo digno, acceso a servicios, educación, salud, infraestructura y, sobre todo, confianza.
Según datos del Índice de Inversión Social Privada (IISP), el empresariado colombiano destinó cerca de $925 mil millones a sostenibilidad y responsabilidad social en 2024, impactando a más de 600 organizaciones en todo el país. Esta inversión no solo supera el alcance de muchos presupuestos públicos, sino que representa un llamado claro: es hora de trascender la responsabilidad social reactiva y apostar por una lógica de desarrollo corresponsable. Bravo, sector privado, ¡aquí ganamos todos!
Ahora bien, la transformación no se logra con acciones aisladas ni campañas de reputación. Implica asumir que el saber, el qué y el cómo están en el territorio. Las comunidades saben lo que necesitan, han sostenido modelos propios de desarrollo y pueden aportar un conocimiento invaluable a cualquier estrategia empresarial, siempre que sean reconocidas como aliadas y no solo como beneficiarias.
Del lado empresarial, el reto es salir del modelo transaccional y construir relaciones de largo plazo: con escucha activa, inversión sostenible y beneficios compartidos. Del lado comunitario, se trata de fortalecer capacidades, asumir corresponsabilidades y participar activamente en la definición del rumbo del desarrollo.
Ese es el verdadero win-win. No una fórmula abstracta, sino una práctica viva donde empresa y territorio co-crean soluciones, comparten riesgos y se benefician mutuamente. Una fábrica que reduce su huella ambiental porque dialogó con su entorno; una comunidad que accede a crédito y propiedad productiva gracias a una alianza estratégica; un proyecto de infraestructura que respeta los usos culturales del territorio. Casos como estos ya están ocurriendo, y es momento de amplificarlos.
Invertir con propósito no es caridad ni buena voluntad: es visión, es estrategia y es corresponsabilidad. Es, sin duda, el futuro del desarrollo colectivo.
Invertir con sentido ya no es un lujo. Es la única vía para sostener operaciones en el tiempo, construir legitimidad y (sobre todo) contribuir a un país más equitativo, competitivo y en paz. Y como toda buena inversión, exige visión, compromiso y retorno compartido.