El proceso y la persona

Sin procesos sólidos, las organizaciones quedan a merced de lo efímero: la verdadera eficiencia radica en documentar y perpetuar el conocimiento.
Santiago Bonivento

Santiago Bonivento

Abogado y profesor en la Pontificia Universidad Javeriana

Suele no haber proceso sin persona, como si puede haber persona sin proceso. Ahora bien, considero que la alteración de la fórmula debe replantearse y la tesis es clara: sin proceso, no hay organización, sociedad o empresa que valga o valdrá justo lo que tiene. 

La dependencia en la persona vale poco. Y es así porque las personas, por definición, son (y somos) cambiantes. El trasegar de una persona en una organización suele estar marcada por diferentes sucesos, muchos de ellos condicionados por la ausencia, sea temporal o permanente. Sea una enfermedad o una licencia, pasando por el querer buscar nuevos desafíos, o simplemente un periodo de pausa laboral. Al final, nadie es imprescindible. O, en positivo: la prescindibilidad es la regla general. Y entenderlo hará, de las decepciones laborales, como las amorosas, unas absolutamente llevaderas. 

Entender que la persona es efímera es el puerto de partida para concebir la realidad, puesto que sucederá en algún momento. Y, por ello, las organizaciones no pueden depender, enteramente, de su quehacer. El proceso, allí, cobra relevancia trascendente porque este, bien documentado, permanece. Como he oído varias veces, y hoy lo entiendo mucho más: lo único constante es, al final, el cambio.

El proceso, y su determinado procedimiento, por definición, es el conjunto de fases sucesivas de determinado fenómeno o de una operación, como señala la Real Academia de la Lengua Española. Así, debe ser sencillo y fácil de ser seguido, sin importar si una determinada persona específica está detrás de su ejecución. De llegar a dicho punto, el proceso valdrá por sí mismo y, ergo, la dependencia en la persona hará que se reduzca a su mínima expresión. Al final, no es que la inteligencia artificial vaya a reducir los puestos de trabajo “porque sí”. Lo hará en el sentido de que permitirá que realmente aquellos que se acoplen a su actuar, puedan ser capaces de seguirla y mejorarla. 

Señalado lo anterior, concebir un proceso que cumpla con lineamientos claros, específicos y determinados debe ser, por lo demás, el mantra de las organizaciones en la actualidad. Trabajar por ello permitirá que, a futuro, la dependencia en el “ser” se limite a su máxima expresión y, reiterando que no se trata de una crónica de pérdidas de empleo anunciadas, solo aquellas que así lo entiendan sobrevivirán. O, más que sobrevivir, porque en últimas cualquiera puede hacerlo, lo hará de forma eficiente, conducente y pertinente en el marco de sus KPIs. 

Medir la eficiencia del proceso debe ser un trabajo obsesivo para cualquier organización, sin importar el qué hace o la industria a la que pertenece. Consolidar procesos, desde aquellos que suelen ser absolutamente simples como el saludo al visitante o el cargue de información a una determinada matriz preestablecida, hasta aquel asociado a la venta de un equipo o la prestación de un servicio desde su misma concepción, no es nada diferente que sacarle ventaja a la constancia del cambio. 

Trasegar por un mundo donde el cambio es lo permanente (y no al revés como suele entenderse), el estructurar procedimientos y procesos que se conviertan en letra viva para cualquiera es, por esencia, el reto principal de los líderes. De nada sirve que una persona “sepa todo” si, cuando esa persona se va, no hay quien sea capaz de hacerlo. Es simple y llano sentido común, es la esencia misma de entender la efimeridad de lo que hacemos y de lo que somos.