
La IA no vino a quitar trabajos: llegó para exigir que se hagan mejor
La IA no viene a quitar trabajos, sino a exigir mayor evolución, adaptación y colaboración entre humanos y tecnología para no quedarse atrás.
Miércoles, Junio 25, 2025
El pasado mes de abril, el CEO de Shopify, Tobi Lütke, fue tajante: “Antes de contratar a alguien nuevo quiero que el equipo demuestre que la Inteligencia Artificial (IA) no puede hacer ese trabajo”. No fue una amenaza, fue una señal. Entramos en una era en la que no se pregunta primero a quién contratar, sino qué puede hacer una IA por nosotros.
Shopify, una reconocida plataforma global de comercio electrónico, no es un caso aislado. CrowdStrike, una multinacional de ciberseguridad, anunció despidos estratégicos en roles que ahora están parcialmente automatizados, mientras refuerzan áreas de alto valor como producto y experiencia de cliente. En Klarna, fintech sueca especializada en pagos digitales, su CEO declaró que su chatbot de IA realiza el trabajo equivalente al de 700 agentes de servicio. Zoom, la empresa estadounidense de videollamadas, está desarrollando “gemelos digitales” capaces de asistir a reuniones en nombre de los empleados, palpable ejemplo de la llamada empresa sintética. En Google, uno de cada cuatro códigos nuevos ya son generados por sistemas de IA bajo la supervisión de programadores humanos. Recientemente, Duolingo, la popular app de aprendizaje de idiomas, anunció una reorganización interna en la que algunas funciones de creación de contenido pasaron a ser automatizadas con IA, lo que permite a los equipos enfocarse en tareas estratégicas y más creativas.
Lejos de la narrativa apocalíptica de “la IA nos va a reemplazar”, estos casos revelan una verdad más incómoda: la IA no reemplaza al talento humano, reemplaza lo que no evoluciona.
La Inteligencia Artificial, al menos por ahora, no tiene creatividad profunda, criterio contextual ni empatía auténtica. Pero sí ejecuta tareas repetitivas, analiza datos masivos y produce borradores con una velocidad asombrosa. En ese contexto, los trabajadores que no aprendan a cocrear con la IA, en lugar de competir contra ella, corren el verdadero riesgo de quedar atrás.
El problema no es tecnológico, es cultural. Si usamos la IA como atajo para hacer lo mínimo, nos estancamos. Pero si la empleamos para liberar tiempo y pensar mejor, entonces transformamos el trabajo. Un desarrollador que automatiza partes tediosas de código puede enfocarse en resolver problemas complejos, luego que la IA le haya modelado el sistema que los contiene. Un analista, que combina su juicio con la potencia de la IA, puede anticipar tendencias en lugar de solo reportarlas.
En América Latina, y particularmente en Colombia, este debate es más una oportunidad que una amenaza. Aunque enfrentamos desafíos como la brecha digital, la desigualdad educativa y la informalidad laboral, también contamos con talento joven, creatividad empresarial y un ecosistema académico que empieza a integrar la IA en sus procesos formativos. Si actuamos con visión y colaboración público-privada, Colombia puede no solo adaptarse. También, convertirse en referente regional en el uso responsable, ético y productivo de la Inteligencia Artificial. Estamos en el momento perfecto para formar ciudadanos que no solo consuman tecnología, sino que la entiendan, la diseñen y la pongan al servicio del desarrollo.
La IA no nos va a reemplazar, pero sí puede dejar atrás a quienes insistan en seguir trabajando como si no existiera.