¿Puede la justicia redefinir la legitimidad política en la era de Uribe?

La condena a Álvaro Uribe reabre el debate sobre la legitimidad política en Colombia y el papel de la justicia en un país marcado por la polarización.

Luis Enrique Santesteban Llano

La condena a 12 años de prisión domiciliaria contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez por manipulación de testigos es un hecho sin precedentes en Colombia. No se trata solo de un castigo judicial a un exmandatario, sino de un momento que pone en tela de juicio las bases mismas sobre las que se sostiene el poder político en un país marcado por décadas de conflicto y división.

Después de más de una década de investigaciones, el fallo de la jueza Sandra Heredia reveló que desde las más altas esferas se tejió una red para manipular testimonios, buscando desacreditar opositores y proteger intereses políticos y personales. Esto rompe con la idea de que nadie está por encima de la ley y obliga a mirar con atención cómo el poder puede torcer los procesos de justicia para mantenerse.

Pero la importancia de esta condena va más allá de lo legal. En Colombia, la verdad sobre la violencia política y las injusticias del conflicto armado ha estado nublada por relatos que niegan o minimizan el sufrimiento de muchos. Durante años, se promovieron narrativas oficiales que protegieron a ciertos actores y ocultaron lo ocurrido. Que se condene a una figura como Uribe abre la puerta para cuestionar esas versiones e invita a la sociedad a reflexionar sobre qué verdades debemos aceptar para avanzar.

La justicia aquí no solo castiga a una persona; lanza un mensaje claro: el poder tiene límites y debe rendir cuentas. En un país donde la impunidad ha sido común, esta sentencia puede fortalecer la confianza en las instituciones. Sin embargo, también ha agudizado la polarización. Para muchos seguidores de Uribe, el proceso es visto como una persecución política, mientras que para otros representa finalmente un acto de justicia. Esta división dificulta la reconciliación y el diálogo que el país tanto necesita.

Estamos entonces ante un reto profundo: ¿cómo confiar en la legitimidad de un liderazgo cuando se descubre que usó técnicas dudosas para mantenerse en el poder? ¿Es posible construir una política sólida que no dependa de la manipulación o el negacionismo? La condena de un líder que aún tiene fuerte respaldo nos muestra cuánto debe cambiar la manera en que entendemos el poder y la verdad en la política colombiana.

Además, no basta con que la justicia penal actúe. Es imprescindible complementar este proceso con mecanismos que permitan la memoria histórica, la reparación a las víctimas y una justicia que ayude a sanar las heridas profundas dejadas por años de conflicto, motivo por el cuál, esta sentencia representa un momento clave para que Colombia enfrente su pasado y repiense cómo hacer política.

¿Cómo debe el uribismo enfrentar la crisis actual para reconstruir liderazgo y confianza hacia 2026?

El panorama electoral de 2026 es, sin duda, un momento crucial para el uribismo. La condena judicial contra Álvaro Uribe sacude las bases del Centro Democrático y genera mucha incertidumbre. La mirada ahora está en cómo este partido político se reorganizará y qué camino tomará para seguir siendo relevante en una Colombia que reclama mayor transparencia y compromiso de sus líderes; en especial considerando que Miguel Uribe, representante de una generación más joven dentro del colectivo político, ha intentado unificar las distintas corrientes internas y evitar que las divisiones internas le resten fuerza a la agrupación. Sin embargo, las disputas por la candidatura y el desgaste que ha sufrido la imagen del uribismo tras la condena representan grandes obstáculos. Además, hechos como el atentado contra Miguel Uribe complican aun más un escenario ya tenso.

Este contexto evidencia que el uribismo debe trascender su condición de mero grupo electoral para convertirse en una fuerza política que asuma responsabilidades y trabaje en recuperar la confianza ciudadana. En otras palabras, debe traducir su agenda de seguridad en un referente autónomo, sin depender de la memoria de Álvaro Uribe ni idealizar a Miguel como un mártir, a quién le sigo deseando pronta recurperación. Persistir en discursos polarizadores o negar de forma constante problemas graves como la corrupción y la violencia solo profundiza la desconfianza y aísla aún más al movimiento.

Ética y políticamente, el uribismo enfrenta un dilema claro: seguir con una narrativa de victimización frente a la justicia, que puede aumentar la división social y la desconfianza, o apostar por una renovación basada en la autocrítica y el fortalecimiento democrático. Aunque el proceso judicial pueda tener influencias políticas, la justicia es necesaria para que haya igualdad ante la ley y rendición de cuentas clara. Ignorar esto solo limita las posibilidades de aprender y corregir el rumbo.

Además, la transformación de este movimiento político debe ir más allá de palabras. Requiere abrir espacios para una mayor pluralidad, participación y conexión con las demandas reales de la sociedad colombiana. Es urgente abandonar el personalismo y la concentración del poder, e integrar propuestas que reconozcan la diversidad social y cultural, ajustándose a los tiempos de cambio que exige el país.

La elección de 2026 es más que una simple contienda electoral: es una prueba para la democracia colombiana y para la madurez política tanto de los líderes como de la ciudadanía. En un país cansado de la polarización y la falta de ética, los votantes pueden exigir mecanismos más inclusivos, transparentes y participativos. Frente a esto, el uribismo debe decidir si opta por abrirse al cambio y la crítica constructiva o si elige quedarse en la confrontación y negación, un camino que seguramente afectaría no solo su futuro político sino la estabilidad social del país. A raiz de lo anterior, el uribismo está ante una encrucijada que requiere valentía para reinventarse y responsabilidad para actuar conforme a los valores democráticos. Solo así podrá ganar legitimidad y ser un actor relevante en el proceso de construcción de una Colombia más justa y reconciliada.

Los límites de la legitimidad política en la era Uribe

La condena de Álvaro Uribe por manipulación de testigos representa un momento simbólico de gran relevancia para la política colombiana. Más que un simple fallo judicial, este veredicto cuestiona la base misma de la legitimidad política al poner en evidencia cómo ciertos liderazgos pueden haber moldeado la justicia a su favor, distorsionando la verdad y usando mecanismos de poder para mantenerse vigentes. La justicia, entonces, se muestra como una herramienta que tiene el potencial de redefinir el ejercicio político, al recordar que ningún actor está por encima de la ley y que la verdad histórica, aunque compleja y conflictuada, es indispensable para reconstruir la confianza social y política en un país profundamente dividido.

Sin embargo, la justicia por sí sola no puede asegurar una nueva legitimidad si no se acompaña de transformaciones políticas y sociales más amplias. El polarizado contexto colombiano, donde amplios sectores ven el fallo judicial como una persecución o un acto justo, revela que la legitimidad no es solo legal, sino también social y cultural. Por eso, la legitimidad política en la era Uribe dependerá de la capacidad del sistema democrático para integrar justicia, memoria histórica y renovación ética en los liderazgos. Solo así se podrá superar el ciclo de divisiones y fortalecer una democracia que responda a las demandas de verdad, responsabilidad y transparencia que la sociedad reclama con urgencia.

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